sábado, 24 de julio de 2010

PRIMERA PARTE (1938-1948) Capítulo 21: Dinerillo extra

Anteriormente, el año de 1944, el día once de febrero en plena fiesta de Carnaval, volvía yo de asistir a un partido de fútbol, por la tarde, entre nuestro Liceo Club y el Cazalla Balompié. Una de mis tías no recuerdo cual, al entrar en casa me espeta: “ya tienes otro hermanito”. Yo tenía trece años. Acababa de nacer el que sería a lo largo de nuestra vida, hasta que murió tan joven, mi más querido y entrañable hermano.


Por estas fechas, también me ganaba algunas pesetillas extras, para mis gastos, afeitando o cortando el pelo los domingos y días de fiesta, que, aunque se cerraba la Barbería, los clientes que llegaban del campo sabían donde encontrarme y allá que nos íbamos para prestarle mis servicios que, normalmente, pagaban más por ser fiesta y estar cerrada la Barbería, lo que me venía muy bien, a pesar de que, a veces, me fastidiaban bastante porque estaba pasándomelo bien con mis amigos, o jugando una estupenda partida de billar, que tanto me gustaba y sobre todo porque iba progresando cada vez más en el conocimiento de tan magnífico juego, sin dejar de asistir, casi a diario, a casa de Don Leopoldo Guzmán para leer libros maravillosos de aventuras, cuentos, historia y de colecciones extraordinarias como la de Julio Verne y otras, como teatro de autores clásicos magníficos. En este apartado es donde me prestaba más atención el bueno de don Leopoldo, pues todavía me costaba leer bien y digerir los distintos temas planteados. Por cierto que era el único chaval que acudía habitualmente a su magnífica biblioteca, lo que a él le agradaba mucho y quizás, por eso me mimaba. Por esta época hacíamos bastante Teatro, que él dirigía y, a veces, escribía. ¡Nunca le estaré lo suficientemente agradecido!

jueves, 6 de mayo de 2010

PRIMERA PARTE (1938-1948) Capítulo 20: Las Cruces de Mayo y mis primeros negocios


Por aquellos años se instauró la celebración de las cruces de mayo con gran esplendor. Las tres calles principales, Corredera, Nueva y Triana, construyeron de albañilería y forja sendas cruces en la cabecera de dichas calles y, cada una, montaban espléndidas carrozas trabajadas por el vecindario y a veces con algún artista foráneo. Contrataban las mejores bandas de música de Sevilla y a veces de otras ciudades. Esta fiesta tomó gran auge en la comarca y era un éxito rotundo de visitantes. Los “gordos” del pueblo, económicamente hablando, se “picaban” y ponían la “pasta” hasta que se dieron cuenta del gasto económico, y se cargaron el invento.

Yo seguía progresando en cultura general, pues no dejaba de leer buenos libros y de dialogar mucho con todas las personas de superior cultura a la mía. Con mis ilusionados quince años me matriculé en el Instituto Popular Politécnico de Sevilla, para estudiar por correspondencia “Contabilidad General de Empresas”, curso que saqué con buena nota y que después me serviría en mi arribo a Sevilla. Además me ganaba unas sustanciosas pesetillas, aparte de las propinas de la Barbería, por llevar ya, casi solo, la Cartería del pueblo que estaba a cargo de mi tío Pepe Oliva, el marido de mi maravillosa tita Manuela, de quien, posiblemente, hablaré en más de una ocasión en estas memorias. Conseguí, haciéndome pasar por mayor de edad, varias representaciones comerciales, aparte de la Editora antes mencionada:

Una fábrica de esparto de Cieza (Murcia) otra de persianas de Iby (Valencia) de canela envasada de Murcia, de Anis “Las Palomas” de Rute (Córdoba) de factoría de arroces de Algemesí (Valencia) de una Imprenta, creo que se llamaba “La Modelo”, de Marchena (Sevilla) y quizás de alguna más que no recuerdo. Está claro que yo era un joven, casi niño, y, entre tener que trabajar en la Barbería, llevar Correos y que había varios representantes con muchos años establecidos y productos más introducidos, era difícil obtener mayores beneficios que una ayuda para mis gastillos y alguna ropa o zapatos. Tengo una anécdota simpática como representante. “Un buen día, que ya me temía yo, se presentó en la Barbería un delegado comercial de la fábrica de anisados de Rute y preguntó: ¿el señor Serradilla?, mi padre contesta inmediatamente, mientras cortaba el pelo a un cliente, SERVIDOR. Yo me puse de todos los colores cuando, presentándose, dijo: soy fulano de tal –no recuerdo el nombre- delegado de Anís Las Palomas de Rute. Mi padre, apresuradamente le indica mi sillón diciéndole; ah, eso es con mi hijo. Le estreché la mano, temblorosamente, diciendo; tanto gusto señor. Este hombre, ya veterano y curtido en mil batallas, me contestó; ¡Hola chico! ¿Qué tal? ¡Tranquilo hombre! ¿Dónde te espero para conversar y preparar visitas a los establecimientos? Le remití al Casino de socios y una vez terminada las visitas, por cierto, con éxito de ventas, todo culminó perfectamente. Era un hombre cariñoso y con mucha experiencia. Me transmitió mucha tranquilidad. Pero he recordado toda mi vida el mal “trago” que pasé a mis quince años”

domingo, 14 de marzo de 2010

Primera Parte (1938-1948) Capítulo 19: "Cortijos"

Aquellos paseos que a mí me resultaban tan extraordinarios, a lomos de un mulo o un borrico, que a mi padre cedían los amigos para ir a cortar el pelo al Encargado del Cortijo del Conde de Rojas y a este, cuando también estaba de visita. O al de La Nava Baja para cortar el pelo a “lo garzón” a la señorita Alegria, como llamaban a la dueña, que, para mi, era “una cabra loca”. A la sazón viuda de un tal don Luis Echegaray. Me encantaban los paisajes que se veían durante los distintos caminos. Un pequeño incidente me inspiró este poema:

Hace cincuenta años

Un monte
  la vaguada
el camino
  otro monte...

En lontananza
la sierra agrisada.
Y, sobre ella, a caballo,
las nubes blancas.
Como fondo,
el inmenso cielo azul.

¿Y el  Paraíso?
¿Y Dios?
¿Y los Ángeles?...

Un tropezón del asno
nos  hace rodar en tierra.
Mientras mi padre,
solícito  me socorre,
yo sigo extasiado...

El monte...
  la vaguada...

y al fondo... ¡DIOS
sobre estrellas iluminadas!

                abril,88.

  Ver estos cortijos que eran verdaderas mansiones, amueblados con estilo clásico y algunos muy raros, (posiblemente encargados a carpinteros ebanistas profesionales), era un deleite para el “Aprendiz de Barbero”. Cuadros, algunos de gran valor, aunque nunca supe de sus autores. Los cortinajes, los utensilios, las suntuosas chimeneas. Y una gran cocina, todo de alto coste económico. La señorita Alegría era muy estrambótica y se expresaba con cierto libertinaje y con una frescura sin límite. Mi padre casi siempre me mandaba a jugar al exterior con los hijos de los jornaleros, para que no escuchara la verborrea de esta mujer. Ello, lo entendí cuando me hice adulto. En ambos sitios su trabajo era cobrado substantivamente por el Maestro Serradilla, ingreso extra que venía muy bien para la casa.