sábado, 10 de enero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPITULO 1º: "MAQUIS"

Por entonces los maquis estaban en pleno apogeo. Era un grupo numeroso de guerrilleros “tirados al monte” formado por anarquistas y evadidos del ejército franquista. Unos habían estado escondidos durante la guerra, otros habían salido de las cárceles, algunos procedían del exilio y entraban en el país clandestinamente por los Pirineos. Había una sección que operaba por la Sierra Norte de Sevilla y por las sierras que hacen límite con Extremadura y Córdoba.
Varias madrugadas apareció el pueblo lleno de pasquines. En sus dibujos y textos amenazaban a las autoridades del pueblo y a los terratenientes colaboradores del franquismo que eran faltos de humanidad con sus asalariados y con los pobres en general. Solían secuestrar, de forma espaciada, a algún que otro pudiente o familiar muy allegado, al que no soltaban hasta recibir suculentos rescates.
Tenían sus cómplices, unos obligados por sus propias amenazas y otros voluntarios y simpatizantes. Por otra parte, la Guardia Civil que cada vez era más numerosa, ejercía fuerte presión sobre los pequeños y medianos propietarios, labradores o ganaderos, ya que estos suministraban víveres y medicinas a los maquis, así como información sobre las rondas de la Guardia Civil y otras protecciones. Esta circunstancia dio lugar al abandono casi total de los cortijos, lo que vino a redundar en una mayor pobreza, especialmente y como siempre, para la clase obrera.
Podría contar muchas más cosas que ocurrieron entre los maquis y las autoridades de Alanís. La historia de estos guerrilleros es bastante amplia, pero sobre ello ya se han escrito muchos libros por autores cualificados. No es necesario que me extienda más.
A mí me llegaba toda esta información a través de los clientes de la Barbería, entre los que se incluían casi todos los guardias civiles destinados en Alanís. También la recibía del corrillo que se formaba en la sala de correos mientras se esperaba el reparto de la correspondencia. Entre ellos algún que otro funcionario del Ayuntamiento, algún guardia civil y otras personas de distintas profesiones que, en confianza, se hacían comentarios con cierta prudencia sobre estos acontecimientos y que yo, allí presente, almacenaba en mi imaginación. Por entonces me arrimaba a mi tío Pepe, cartero titular, para ayudarle y aprender. Esto ocurría allá por el año 1945, cuando aún no había cumplido los catorce años.