lunes, 1 de junio de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 13º: "La radio"

Por entonces, apenas habría unos cinco aparatos de radio en el pueblo. Los que más recuerdo eran dos: el del Casino y el de mi adorable tita Manuela. Allí de forma clandestina escuchábamos Radio Pirenaica en la que hablaban las personas de izquierda huidas de España, lo que nos servía para enterarnos de muchas verdades que se nos ocultaban en nuestro país. Es cierto que, según decían algunos hombres del pueblo imparciales y que eran justos en su proceder, que algunas veces lo que decían era de forma exagerada y sin constatar. Es cierto que a pesar de escuchar esta radio muchos alanisenses, las autoridades disimulaban y al menos, por esto, no se producían represalias, aunque sí hubo muchas, injustamente, por otros motivos. Más adelante escribiré sobre ello. De vez en cuando llegaban revistas sobre la guerra mundial cuyas fotos de los distintos frentes a mí me parecían espeluznantes. Me acordaba, con mucha pena, de mi primo Jacobo que por necesidades económicas tuvo que alistarse en la División Azul y estuvo a punto de morir congelado en el frente de Belgrado. Aún tengo en mi memoria cuando leíamos sus cartas de una caligrafía preciosa y perfecta ortografía. ¡Cómo lloraba mi madre! Al final siempre terminábamos llorando todos. También mandaba modestas cantidades en giro postal, parte de su paga, para ayudar a tirar para adelante a su madre -ya viuda de la guerra civil- y sus hermanos. Tales giros llegaban a nombre de la abuela Dolores con quien se alojaron, muy pobremente, al término de la Guerra. ¡Cuántos potajes, lentejas, cocidos, guisos de patatas “con lo que hubiera”, pan con chorizo o morcilla, compartimos en casa con estos primos!, con la complacencia del bueno de mi padre, que lo hacía con tanto amor como mi madre, dentro de tanta penuria como nos rodeaba. Jacobo y Fernando, aún casi adolescentes, empezaron a trabajar en “los albañiles” como se decía en el pueblo (ahora se dice “en la construcción”) y Paco de porquero, destino que le asignó un panadero en buena posición, llamado Fernando Arcos, para cuyo trabajo, cuidar en el campo de los cochinos (cerdos) le proporcionaba escasa comida, a veces chacina ya rancia, que no se comía su familia, o no se podía vender. Además de hacerle madrugar para que ayudara a amasar la primera hornada de pan, antes de salir para el campo. “Y eso que era compadre de mi tío Paco, caído en la Guerra”. Cuando lo normal, honrado y justo, hubiese sido mandarlo a la Escuela y darle de comer en su casa. ¡Puñetas, que era su ahijado! Ahora me aclara mi primo, que cree que no era mala gente pero que quien “mandaba” era su mujer, la que carecía de cualquier bondad. Estos trabajos fueron por poco tiempo ya que se trasladaron a San Juan de Aznalfarache para vivir allí con su madre.