viernes, 22 de mayo de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. CAPÍTULO 12º: "Las tertulias en la barbería"

A pesar de mi corta edad tenía pasión por saber de todo, tanto en estudios como de la vida social- humana que me rodeaba. Siempre iba más adelantado de lo que correspondía a mi edad. Y, como era mi disposición a ello, me resultaba bastante fácil gracias a la Barbería, donde, después de estudiar y jugar un rato, me pasaba bastantes horas del día por mi condición de aprendiz. Por allí pasaban personas de toda condición, situación y saber, me refiero sobre la vida, porque en cuanto a cultura, quitando a los profesionales de carrera y algunos pocos que, sin estudios, se habían preocupado por obtenerla. Para la mayoría no hubo Escuela. En el pueblo había una persona muy especial que, sin tener título universitario, era cultísima. Me refiero a mí admirado y querido Maestro en Literatura y Teatro, Don Leopoldo Guzmán Alvarez. (De quien también hablaré más adelante) Entre las personas rústicas, que eran la mayoría de los clientes, existían varios ya mayores que, andarían entre los cincuenta-sesenta años, pero que a mí me parecían mucho más viejos (eso lo aprecio ahora) que me dejaban embelesado. Me contaban interesantes historias del pueblo que a veces ellos con su talento natural, su imaginación y picardía, adornaban hasta dejarlas en un delicioso cuento, que terminaban siempre en sabrosas moralejas. Algunas de estas historias, es ahora cuando las entiendo bien. Estos que, de pequeños, nunca tuvieron la oportunidad de asistir a una Escuela, sabían leer, escribir y como mínimo, las cuatro reglas aritméticas. Es decir”; sumar, restar, multiplicar y dividir”. Para que me entiendan los niños de la generación actual. Era gente buena, afable y con buen carácter, a pesar de los infortunios y de las penurias de la vida que les había tocado vivir, más la canallesca guerra civil que, a pocos salvó de no tener un caído, (hijo o familiar muy próximo). Los hombres más cultos formaban tertulia en la Barbería al final de cada jornada, entre ellos, destacaban; Manolo Rojas y José Alvarez, alias“el grifo”, mi entrañable "compa-
dre” (de quien tendré que hablar más adelante).
Se hablaba del discurrir de cada día en el Pueblo para continuar con los acontecimientos políticos y militares. Casi siempre, bajando la voz en franca complicidad, por el miedo a las represalias de los muy afines al régimen “franquista”. Mi padre, casi siempre hacía de moderador para que no se alteraran los ánimos y por su condición de “hombre libre”. Como curiosidad he de aclarar que, aquellas tertulias, la componían varios amigos entre los que se encontraban hombres con ideas o sentimientos de derecha, de izquierda, republicanos, simpatizan- tes de la monarquía y otros, que, sin ser afines a alguna ideología política concreta, se manifestaban por el camino de lo social-humano. También hacían amplios comentarios sobre la II Guerra Mundial, aunque entonces las noticias llegaban con bastante retraso. Algo lógico, pues a la sazón, estábamos al principio de la década de los Cuarenta. Yo lo escuchaba todo sin pestañear pues me parecía que hablaban de un cuento fantástico, con el que terminaba soñando a voces y, alguna vez que otra me tiré de la cama haciéndome algún chichón.
Recuerdo con mucho cariño a José Fernández, alias “José Veneno”, mote familiar, pues, este buen hombre, de veneno no tenía nada. Era una gran persona, y muy liberal, cuyas tertulias con él eran muy amenas, sabía de todo un poco. Era muy servicial y a mí me trataba siempre con un afecto especial, aunque repito que, dada mi corta edad por aquellas fechas, no todo lo que escuchaba entendía. Y también recuerdo aquellos enormes y deliciosos caramelos de café con leche, que él traía de Almendralejo para vender en su taberna pero que a mí, siempre me regalaba “un puñao”–como él decía-. Lo que siempre le agradecí. También me decía algunas veces, al encontrarnos: “El puñetero coloraíllo este, lo que sabe”. Era de las personas del pueblo, que más sentí perder.