Como ya sabemos todos, la Segunda Guerra Mundial se inició coincidiendo con la terminación de nuestra Guerra Civil en 1939. Nos encontramos en los principios de 1942. Este Aprendiz de Barbero contaba ya con diez años y cuatro meses.
Progresaba bastante en los estudios de la Primera Enseñanza especialmente en Gramática, Historia y Geografía. Tampoco se me daban mal las Matemáticas, es verdad que me gustaba menos pero mi gran Maestro Don José Florencio Reina que era un excelente matemático y estupendo enseñante de esta materia, ponía mucho empeño hasta que “te entraba en la cabeza”. Casi diariamente, Don José me colocaba a su lado para que leyera una página de El Quijote, aparte de que era uno de los que mejor leía, es que además a los otros niños les daba “vergüenza”. Esta ocasión me servía para subir mi ego y me empeñaba en hacerlo cada vez mejor. Siempre que pedía un voluntario para salir al estrado y desarrollar en la pizarra alguna materia sobre gramática, matemática u otro tema, allá que iba yo. Don José, debió llegar al pueblo para el curso de 1937/38. Procedía de Gerena (Sevilla)de donde prácticamente se vio obligado a pedir traslado, pues al no significarse con el franquismo no contaba con “la simpatía” de las autoridades y “elementos” afines que le tenían envidia. Según me confirma ahora su hija, mi entrañable amiga María Eugenia. Llegaron a suspenderlo por un año de empleo y sueldo sólo por tener ideas de izquierda, sin meterse en nada pues era un hombre prudente. Su esposa se llamaba Irene Trócolis Ubeda, era una mujer muy guapa, sumamente prudente, también, como su marido, agradable y buena persona lo que hizo que se granjeara rápidamente la simpatía y el buen trato de todo el pueblo. Llegaron a Alanís con un hijo, Pepito que, aunque era mayor que yo tres años, llegamos a ser muy buenos amigos y hasta montamos una “gran industria cinematográfica juvenil”. Él, con su ingenio, preparó con una caja de zapatos y una lente que le quité yo a unas gafas de mi abuela, la revolucionaria máquina de cine. Yo hacía los dibujos sobre tiras de papel transparente copiando de los tebeos, repitiéndolos mucho, de tal forma que conseguíamos que se movieran. El cine lo montábamos en un “tinaón” de la parte trasera de la casa de Antoñito “el de Adelina”, otro amigo y compañero del colegio de la edad de Pepito. Nos convertimos en tres socios. Antoñito se ponía en la puerta y cobraba una “perra gorda” por cada entrada. Teníamos bastante éxito “artístico-comercial”. Por lo que nos repartíamos “pingües beneficios”. Yo ingresaba parte en la alcancía y el resto para golosinas y tebeos.
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