martes, 10 de febrero de 2009

PRIMERA PARTE 1938-1948. PREÁMBULO: "EL ALANÍS DE LA POSGUERRA" (2ª Parte)

En aquel humilde Alanís funcionaban algunos talleres: cuatro carpinterías en las que trabajaban sus respectivos dueños y algún que otro aprendiz o ayudante. Uno de los maestros, Manuel Oliva (Cuquito), era muy aficionado a la poesía, sobre todo social. Cuando yo tenía unos diez años, me empeñé en que mi padre le encargara un modesto caballete para pintar. Éste puso como condición que yo me tenía que aprender de memoria el gran poema "Un duro al año" de Eusebio Blasco ( http://www.tinet.org/~xrr/poesia/un_duro_al_anyo.htm ) que él me recitaría mientras me confeccionaba dicho caballete. Así se cumplió por ambas partes. A partir de entonces, cada vez que tenía una oportunidad, allá que salía yo con "Un duro al año" que, algún que otro disgusto acarreó a mi padre por ser un poema absolutamente prohibido leer, recitar o escribir. Lo proihibía la dictadura a pesar de que trataba de un inocente chiquillo.
Además del taller de Cuquito, habían tres herrerías o cerrajerías en las que trabajaban sus propios dueños, también con algún ayudante o aprendiz.
En cuanto a oficios con establecimiento estaba una barbería, cuyo maestro, mi padre, era además sacamuelas y ayudante sanitario del médico o el practicante, sí la circunstancia lo requería. Además trabajaban dos oficiales y un aprendiz. Existían dos barberías más con un solo operario: el dueño.
Cinco zapateros, que en su modesto taller, confeccionan calzado nuevo, especialmente botas camperas y otras muy robustas a las que colocaban tachuelas en las suelas para que duraran más. Mi hermano y yo disfrutábamos de ellas gracias a los múltiples esfuerzos de nuestros padres. Eran circunstancias en que casi todos los niños iban en alpargatas y a veces hasta descalzos. Estos profesionales remendaban todo lo que se le llevaba a su taller.
Una cestería o talabartería donde, además hacían y colocaban asientos de anea para sillas. Eran dos hermanos.
Como transporte de mercancías existía un viejo y pequeño camión que manejaba su propietario y a veces ocupaba a un ayudante. Un más que usado automóvil de servicio público que sólo lo podían contratar los privilegiados (que eran escasos) para trasladarse a la estación ferroviaria que estaba a ocho kilómetros por la carretera de Cazalla, o para ir también a la capital. Para trasladarse a dicha estación o pueblos limítrofes, la gran mayoría lo hacía a pie o en bestias. Sin olvidar al "Cosario" un hombre que se ganaba el sustento y el de su familia a base de acarrear mercancías y multitud de cosas entre la capital y Alanís o viceversa.
Al terminar la Guerra Civil, la economía no puede ser más desastrosa, ni la vida más triste tanto para este pequeño pueblo, como para todos los de España.
Han caído demasiados compatriotas. Unos en el frente, otros en la retaguardia, la mayoría, por venganzas. Aunque para hacer honor a la verdad, he de proclamar que, en Alanís, las izquierdas no produjeron ninguna baja. Esta "suerte" parece que sólo la tuvimos nosotros en toda la provincia.

No quisiera, al cabo de tantos años, tener que ahondar en tan desgraciados hechos acaecidos por entonces, ya lo hace y muy bien mi primo Paco Spínola. Y mucho menos entrar en política, la que detesto. Principalmente, lo que deseo es narrar mis propias vivencias de aquellos terribles años cuarenta, hasta mi marcha a la Capital, que ocurre a finales de octubre de l949 para incorporarme como voluntario al Ejército. Cosa que hice el día uno de noviembre en el Regimiento de infantería Soria nº9, llamado Cuartel del Duque, situado en lo que es hoy la remodelación de la plaza de La Gavidia y parte del solar que ocupa "El Corte Inglés". De este apartado escribiré más adelante.
Estamos en el año 2008, han transcurrido nada menos que sesenta y tantos años desde los hechos que está recordando este "personajillo" aprendiz de barbero.