Anteriormente, el año de 1944, el día once de febrero en plena fiesta de Carnaval, volvía yo de asistir a un partido de fútbol, por la tarde, entre nuestro Liceo Club y el Cazalla Balompié. Una de mis tías no recuerdo cual, al entrar en casa me espeta: “ya tienes otro hermanito”. Yo tenía trece años. Acababa de nacer el que sería a lo largo de nuestra vida, hasta que murió tan joven, mi más querido y entrañable hermano.
Por estas fechas, también me ganaba algunas pesetillas extras, para mis gastos, afeitando o cortando el pelo los domingos y días de fiesta, que, aunque se cerraba la Barbería, los clientes que llegaban del campo sabían donde encontrarme y allá que nos íbamos para prestarle mis servicios que, normalmente, pagaban más por ser fiesta y estar cerrada la Barbería, lo que me venía muy bien, a pesar de que, a veces, me fastidiaban bastante porque estaba pasándomelo bien con mis amigos, o jugando una estupenda partida de billar, que tanto me gustaba y sobre todo porque iba progresando cada vez más en el conocimiento de tan magnífico juego, sin dejar de asistir, casi a diario, a casa de Don Leopoldo Guzmán para leer libros maravillosos de aventuras, cuentos, historia y de colecciones extraordinarias como la de Julio Verne y otras, como teatro de autores clásicos magníficos. En este apartado es donde me prestaba más atención el bueno de don Leopoldo, pues todavía me costaba leer bien y digerir los distintos temas planteados. Por cierto que era el único chaval que acudía habitualmente a su magnífica biblioteca, lo que a él le agradaba mucho y quizás, por eso me mimaba. Por esta época hacíamos bastante Teatro, que él dirigía y, a veces, escribía. ¡Nunca le estaré lo suficientemente agradecido!